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Civismo como prevención del coronavirus

Por Pedro Javier López Soler.


Desde el pasado miércoles, ya es oficial: estamos ante una nueva pandemia, según declaró la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin entrar en consideraciones de tipo sanitario o administrativo, esta situación invita, sin lugar a dudas, a la reflexión sobre la posición de nuestra sociedad ante esta nueva circunstancia.


La crisis sanitaria ha revelado, una vez más, la facilidad de manipulación del pueblo español. Diariamente, cientos de fake news sobre el coronavirus se viralizan, contribuyendo a generar un estado de alarma insano. Por supuesto que hay razones para estar preocupados, pero nunca podemos permitir que las más bajas pasiones, por instintivas que sean, se impongan frente a la razón. El hecho de que cientos de miles de personas no sean capaces de discernir la verdad, o ausencia de ella, que hay tras una noticia, una imagen o un video (especialmente si están fuera de contexto) nos indica la facilidad de manipulación de nuestra sociedad. Nada más peligroso para una democracia que una mayoría social acrítica.


Es en las situaciones de caos donde surgen los monstruos. Una de las primeras reacciones ante la expansión del coronavirus, especialmente tras su llegada a nuestro país (antes no parecía preocupar tanto, lo cual dice mucho), fue el señalamiento de la población asiática como potenciales propagadores del mismo. En Totana y en Águilas, ambos municipios de la Región de Murcia, donde más levemente se ha hecho notar hasta la fecha esta enfermedad, varios bulos acusaron falsamente y con total impunidad a ciudadanos chinos de incubar el coronavirus y, aun así, exponerse al público en sus respectivos negocios. ¡Qué barbaridad! El ascenso de la histeria colectiva es paralelo al de la extensión de la pandemia.


Los historiadores estamos acostumbrados a una aburrida y frecuente pregunta: “¿para qué sirve la historia?” Momentos como éste, lo visibilizan con mayor claridad. Las ciencias sociales, no sólo la historia, también el arte y todas las ramas de la geografía, ayudan de forma decisiva al desarrollo de lo que conocemos como “pensamiento crítico”. En nuestra vida diaria, nos permite analizar, entender y evaluar las distintas situaciones que se nos plantean, ayudándonos a discernir entre lo real y lo falso. Esta habilidad se adquiere a través de la lectura y el estudio de las ciencias sociales, pero, sobre todo, ejercitando la mente y no dejándose llevar por razonamientos simples o dogmáticos, sino afianzando un pensamiento propio sobre bases sólidas que se fundamenten en una realidad objetiva. Éste es un elemento básico a tener en cuenta cuando generamos conocimiento histórico, ya sea a través de un artículo, un libro, una exposición o una conferencia. El pensamiento crítico es, pues, un arma contra la manipulación, un arma al servicio de la democracia. De contar con una sociedad verdaderamente crítica y reflexiva, ¿fake news como los audios que acusan a vecinos de propagar una enfermedad por la simple razón de ser extranjeros, se habrían viralizado?


Hay motivos para estar alerta y, precisamente por ello, debemos huir de la histeria colectiva. Una situación de crisis como la actual requiere de grandes dosis de serenidad, civismo, empatía y solidaridad. Serenidad, porque la tensión sólo conduce a la crispación y el caos; civismo, porque esta situación sólo se va a superar actuando como una sociedad unida; empatía, porque mañana podríamos ser nosotros los enfermos; y solidaridad, porque como ciudadanos tenemos un deber con quienes peor lo estén pasando.


Es en las crisis cuando valoramos realmente aquello que nos acompaña en nuestro día a día y que, muchas veces por esta razón, no le prestamos toda la importancia que merece. Podemos sentirnos muy orgullosos de la sanidad pública española que, ante la negación de la sanidad privada de atender a los enfermos de coronavirus, está afrontando la lucha contra esta enfermedad en unas circunstancias adversas, tras años de recortes y privatizaciones. Tenemos mucho que agradecer a los enfermeros, médicos, administrativos, limpiadores, conductores de ambulancia… a todos ellos y a todas ellas. La sanidad pública sí que es un verdadero orgullo patrio.


Pero ésta lucha no ataña exclusivamente a los profesionales de nuestro sistema sanitario. De forma unánime, toda la sociedad debe colaborar en la superación de este duro trance. Primero, siguiendo las indicaciones médicas para prevenir el contagio; segundo, no saturando los centros hospitalarios salvo en caso de urgencia; tercero, cuidando de las personas mayores y más vulnerables de nuestro entorno; y cuarto, no contribuyendo a la generación de un clima de histeria colectiva. De todos y cada uno de nosotros y nosotras depende. Antes que la utilización compulsiva de mascarillas o la acaparación excesiva de productos en supermercados, es el civismo la mejor prevención contra el coronavirus.

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