En enero de 1936, a los pocos días de su llegada a Barcelona, George Orwell tomaba una decisión que marcaría su posterior participación en la guerra civil española: decidió ingresar en la milicia, pues «en aquel momento y en aquel ambiente parecía lo único lógico».
Orwell viajó a España con la firme pretensión de «matar fascista porque alguien tiene que hacerlo». Eran años de grandes tensiones y radicalización política, donde se asistía al derrumbamiento de los sistemas liberales frente al auge del autoritarismo nazi y fascista. En 1922 Benito Mussolini accedió al gobierno de Italia con el beneplácito de su rey, Víctor Manuel III, y en 1933 Adolf Hitler hizo lo propio en Alemania, ayudado por la derecha conservadora.
En un ambiente internacional de tensa polarización, al sur de los Pirineos parecía librarse una batalla entre ideales antagónicos: la República, que representaba la democracia y un sistema de derechos y libertades, o el autoritarismo de los militares alzados contra ella. De un lado, se encontraba la URSS de Iosif Stalin, del otro el eje nazi-fascista, y, en medio, temerosas por prender la llama de un nuevo conflicto a escala planetaria, las potencias liberales, en especial Francia y Gran Bretaña, que adoptaron una política neutral, condenando con ello al gobierno republicano, en el que la influencia soviética fue decisiva.
Orwell llegó a Barcelona el 26 de diciembre de 1936 con una carta de recomendación del Partido Laborista Independiente (ILP, por sus siglas en inglés), una organización británica de orientación trotskista a la que se afilió en 1938, tras su experiencia en la guerra civil. Por ello no es de extrañar que escogiese a las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), cuya línea política era similar a la del ILP, como su espacio de lucha contra el fascismo español. Su ingreso en la milicia, aunque es descrito con cierto aire romántico, nos es presentado de una forma cruda, pegada a la realidad que él tan bien conoció.
«¡Qué fácil es hacer amigos en España! Al cabo de un día o dos, ya había veinte milicianos que me llamaban por mi nombre de pila, me enseñaban toda clase de trucos y me abrumaban con su hospitalidad. Este no es un libro de propaganda y no pretendo idealizar a la milicia del POUM. La organización de la milicia tenía graves defectos y entre los propios hombres había de todo, pues en esa época el aislamiento voluntario estaba empezando a disminuir y muchos de los mejores estaban ya muertos o en el frente. Entre nosotros había siempre un determinado porcentaje que eran totalmente inútiles. Había chicos de quince años a quienes habían alistado sus padres por las diez pesetas al día de la soldada y por el pan que los milicianos recibían en abundancia y podían llevar a hurtadillas a casa. Pero desafío a cualquiera que se mezcle como hice yo con los obreros españoles -aunque tal vez debiera decir catalanes, pues quitando a unos pocos aragoneses y andaluces solo me relacioné con catalanes- sin que le impresionen su elemental honradez y, sobre todo, su franqueza y su generosidad.»
Homenaje a Cataluña (1938), George Orwell.
Durante los primeros días de enero, Orwell ingresó en el Cuartel Lenin, el centro de operaciones de las milicias del POUM, donde los nuevos integrantes eran instruidos. Ya habían pasado seis meses desde el estallido de la guerra y, algunas cosas, tan características de los primeros instantes de la contienda, comenzaban a cambiar, entre ellas, la participación militar de las mujeres, decisiva en julio de 1936, pero despreciada en enero de 1937.
«Debía haber unos mil hombres en el cuartel y cerca de una veintena de mujeres, sin contar a las esposas de los milicianos que hacían la comida. Aún había mujeres sirviendo en la milicia, aunque no muchas. En las primeras batallas habían luchado codo con codo con los hombres sin que nadie se extrañara, pues en una revolución parece lo más natural. Pero las ideas empezaban a cambiar. Cuando las mujeres hacían la instrucción, los milicianos no podían ir a la escuela de equitación porque se reían de ellas y las despistaban. Unos meses antes a nadie le habría parecido cómico ver a una mujer empuñando un fusil.»
Homenaje a Cataluña (1938), George Orwell.
Realizando la instrucción pasó Orwell sus primeros días como miliciano. Pronto llegaría el momento de partir al frente.
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