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Prólogo de Pedro M. Egea al libro «Banderas rotas: la publicación de la II República en Águilas»

Es para mí un motivo de satisfacción prologar el primer libro de un querido y admirado exalumno. Conocí a Pedro Javier como estudiante de Historia de la Universidad de Murcia. Primero como alumno de Grado y más directamente como tutor de su Trabajo Fin de Grado, que tituló: La revolución alemana de 1918 y el movimiento espartaquista. Sus inquietudes eran ya patentes, así como su interés por una visión integral de la disciplina. Todavía conservo en mi despacho universitario un significativo poster de la Revolución Rusa, con el que tuvo a bien obsequiarme.


La obra que presentamos aborda una de esas coyunturas históricas que transcienden su propia temporalidad: la etapa final del reinado de Alfonso XIII y los primeros meses de la II República. La Monarquía borbónica representaba el pasado, la España oficial frente a la real, que señalaba Ortega. Un régimen de oligarquía y caciquismo, encarnado por dos partidos -Liberal y Conservador, que se turnaban en el poder de forma fraudulenta, con unos comicios amañados que ignoraban a la opinión pública, contando con el respaldo de la Iglesia y del Ejército. Su equilibrio era, empero, precario, como atestiguan las crisis que se sucedieron desde 1898 y a las que se quiso hacer frente en 1923 con el golpe militar de Miguel Primo de Rivera. Tras su fracaso, la última opción de aquel orden caduco fue convocar elecciones municipales para el 12 de abril de 1931 que, lejos de cumplir su objetivo, se convirtieron en un plebiscito a favor de la República.

La provincia de Murcia era un coto conservador, dirigido por Juan de la Cierva a la cabeza de una extensa red de caciques locales. Todo el sistema era una trampa. Las circunscripciones electorales estaban hechas para ahogar en un mar campesino el voto de las ciudades y de las concentraciones obreras, donde anidaban las voluntades de cambio. En la de Cartagena se integraron Águilas, Aledo, Alhama, Caravaca, Fuente Álamo, Librilla, Mazarrón, Totana y La Unión.

Una sociedad atrasada, con las tasas de analfabetismo más elevadas de España. En 1930, el 60% de la población no sabía leer ni escribir. Un mundo rural, con el 80% del censo viviendo en núcleos de menos de 5.000 habitantes y el 50% dedicado a la agricultura. Una división social marcada por la extrema desigualdad. Por arriba, una oligarquía de terratenientes absentistas, algunos de ellos nobles, a la que se sumaban los nuevos ricos, comerciantes, mineros y conserveros. Le seguía la clase media, que ensanchó su base, conectada a los negocios y a los servicios públicos, multiplicándose su afiliación a las organizaciones republicanas y a la masonería. Por debajo las clases trabajadoras. Miseria y hambre. Crecieron las organizaciones sindicales, sobre todo la UGT, diezmada la CNT por la represión primorriverista. El PSOE, con sus 30 agrupaciones, disponía de 2.500 militantes, muy por delante del Partido Comunista, con pocos seguidores y escasa influencia.

En las elecciones del 12 de abril de 1931 la Coalición Republicano-Socialista triunfó en las dos grandes ciudades -Murcia y Cartagena- y en las poblaciones de más de diez mil habitantes: Jumilla, Yecla, Caravaca, La Unión y Águilas. En los pueblos se dejó sentir el peso del caciquismo. El 52% de los votos fueron monárquicos. La fiesta popular del 14 de abril no podrá ocultar las tensiones larvadas contra la República.


Águilas ofrecía una economía diversificada, asentada en la minería, el desarrollo portuario y el ferrocarril de Lorca a Baza y Águilas -en manos inglesas-, que servía de arteria para la exportación de minerales y esparto de un amplio entorno. Una población de 15.745 habitantes en 1930 -7.628 hombres y 8.117 mujeres- en plena recesión por la crisis que se arrastraba desde principios de siglo y que se saldó con una pérdida de 7.705 habitantes. La sociedad estaba fuertemente polarizada, como reflejaban los centros de sociabilidad de la burguesía -española y británica- y las elevadas tasas de analfabetismo, trasunto del trabajo infantil y el abandono de la enseñanza por parte de los poderes públicos. Frente a aquel orden, la clase obrera se organizó en sociedades de socoros mutuos, cooperativas y organizaciones de resistencia, levantadas por hiladores, rastrilladores, carreteros, carpinteros, ferroviarios, mineros, jornaleros del campo, portuarios, pescadores, panaderos y albañiles. Conciencia sindical a la que sumó la aparición de la Juventud (1922) y de la Agrupación Socialista (1929).

Sobre estas coordenadas, López Soler estudia la génesis, nacimiento y primeros meses de vida de la II República en Águilas. La Historia es la ciencia del contexto y, fiel a este paradigma, el autor nos ofrece una visión total de la realidad nacional y sus conexiones con la local, introduciendo una serie de apartados testigo: demografía, economía, sociedad y evolución política.

Analiza las fuerzas políticas, desde los partidos monárquicos a los republicanos, pasando por el socialista y los sindicatos UGT y CNT. Estructuras, pero también personas, acercándonos al pulso más inmediato de los acontecimientos. Un estudio en perspectiva, descubriendo el transcurrir de la localidad costera desde la dictadura de Primo de Rivera. Un punto de inflexión son las elecciones del 12 de abril de 1931. Examina las candidaturas presentadas, la campaña electoral, el desarrollo de la histórica jornada, los resultados y sus consecuencias. No descuida el papel de la mujer, distinguiendo su diferente comportamiento en función de su adscripción social.

El estudio culmina con los primeros meses de la recién implantada República, con un Ayuntamiento en manos de republicanos y socialistas. La investigación avanza en la democratización de la institución, en los problemas planteados, en su interés por la educación y el impacto en la vida cotidiana de la nueva simbología. Prima la negociación, pero también el disenso, ante la emergencia de la lucha de clases, poniendo de manifiesto las fisuras de la coalición que alumbró la República, en la que mediaron mezquindades e intereses particulares.

Una obra respetuosa -hasta la exquisitez- con los protagonistas que cruzan sus páginas. El gusto por el detalle, por la pequeña pincelada, a veces puntillista. Un libro bien escrito. Rara habilidad entre los historiadores, que olvidamos con frecuencia que también somos escritores y que debemos llegar al gran público. Una narrativa casi cinematográfica: primeros planos, secuencias, travellings, encadenados, flashback…, que nos deja expectantes ante las próximas entregas.

Un trabajo bien estructurado, con numerosas tablas de datos y un apabullante aparato crítico, como acreditan las constantes referencias a la documentación utilizada. Fuentes primarias consultadas en el Archivo Municipal de Águilas, Regional de Murcia y en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. La prensa - de ámbito local, regional y oficial- ocupa un lugar relevante. La investigación se enriquece con las entrevistas realizadas a uno de los principales protagonistas de la historia local. Todo escrupulosamente contrastado con una selecta bibliografía. La excelente monografía se cierra con un sugestivo anexo, en el que se incluyen un bien traído cronograma, directivas de los partidos políticos, resultados electorales, himnos republicanos y obreristas. Aportación, en definitiva, de un historiador cumplido, que merece todos los parabienes y que augura a Pedro Javier López Soler un brillante futuro en uno de los oficios más bellos y necesarios, la recuperación de la memoria de todos. Pedro Mª Egea Bruno Universidad de Murcia 14 de abril de 2022

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